LA TUMBA DEL VAMPIRO EN CALDERA
Entre las muchas leyendas sobre vampiros sepultados en viejos camposantos de Chile (todas ellas combinando tradiciones vernáculas con la inevitable influencia de la cultura popular, la literatura y el cine) hay un caso muy particular en el Cementerio Laico de Caldera, ubicado por el cruce de Diego de Almeyda y La Paz. Es uno de los más viejos mausoleos del complejo, confeccionado en carpintería artística sobre rústica albañilería, con muros de adobe y quincha de entramado interior de caña. Sin embargo, sus líneas arquitectónicas de elegante evocación gótica, georgiana y victoriana, sumadas a un estado vetusto y tétrico, muy posiblemente han fomentado parte de la creencia de que se trata de la tumba de un auténtico y temido vampiro, liquidado a fines del siglo XIX o principios del XX.
El mausoleo de marras está justo a un lado de otro muy artístico, cuya cúpula de bulbo debió ser retirada tras el terremoto de 2015. Aunque sus proporciones son generosas, se ve como un pequeño templo con un cubículo base amplio y sólido, en donde se puede observar la sepultura a nivel de subsuelo, en el centro del mismo. Se lo halla hacia el sector frontal de este cementerio, que es considerado por muchos atacameños como el primero completamente laico o lego de la República, tras ser fundado por orden del gobernador Domingo Reyes y Gómez. Inaugurado el 20 de septiembre de 1876, este recinto de sepulturas apareció cuando la ciudad costera era todavía uno de los principales puertos mineros de la región. Y a pesar de ser relativamente pequeño, ha reunido una gran cantidad de leyendas conocidas por los calderinos, como la del mausoleo vampírico que, según se recuerda allá, fue construido no mucho después de inaugurado el mismo.
Los residentes de Caldera llaman al viejo panteón gótico como la Tumba del Vampiro, ya que el legendario local da por hecho que este contiene el cuerpo de un ser demoníaco y hematófago que hizo noticia en viejos tiempos. Habría sido un acaudalado señor extranjero cuya maldición, además de obligarlo a beber sangre de sus víctimas, le impedía exponerse al sol, debiendo llevar así una vida nocturna en la que pocos llegaron a conocer su aspecto y menos aún relacionarse estrechamente con él. Cuando el hombre vampiro murió para alivio de muchos, fue sepultado con una estaca clavada en su corazón dentro de este mausoleo, diseñado con aspecto tan siniestro como fue la fama y vida de su morador, además de intentar contrarrestar con esto su condena de manera más cristiana, evitando que volviese a la vida para atacar a más personas.
Una versión de aquella historia ha sido difundida en el grupo de investigación histórica y paranormal "Ruta del Silencio" y por la divulgadora Ana María Margotta en el sitio "El rincón de la Nonina". Se refiere a un señor inglés llamado John Lewis Mackenzie o Mackensey, quien llegó a Copiapó en un vapor desde Manchester con la intención de hacer dinero en la industria pesquera, cerca del 1900. Empero, al poco tiempo los vecinos notaron que el pescador británico solía llevar sus dientes y encías ensangrentadas, algo que llamó la atención, encendiendo las primeras alertas y provocando rechazo hacia él. El británico solía un pañuelo para limpiar la sangre de su boca y dentadura, algo que todos llegaron a notar durante sus frecuentes correrías nocturnas y bohemias. Al hacerse conocido también que su hábito era el de dormir de día, su presencia comenzó a causar miedo en la sociedad calderina y las inevitables acusaciones de vampirismo.
Sin embargo, el problema de Mackenzie realmente habría sido muy pedestre: padecía de complicadas ulceraciones de encías como secuela de un grave escorbuto del pasado, afección que fue bastante frecuente en la historia de los viajeros náuticos y los hombres de mar como consecuencia de la alimentación pobre en vitamina C, cuando es escasa en frutas y verduras.
Empero, los rumores y chismes continuaron sin ofrecer pruebas de las acusaciones hasta que, en una mañana de entonces, fue encontrado en la Plaza de Armas o sus inmediatos un cadáver frío, totalmente desangrado y con marcas de mordiscos, según se dijo. El fallecido fue identificado como don Justo Paredes, vecino muy conocido por ser capitán del cuerpo de bomberos de la localidad, entre otras cosas.
Como no podía ser de otra forma, la muchedumbre culpó de inmediato al inglés y así los pobladores se levantaron clamando venganza. Movida por la maléfica combinación de odio y pánico descontrolados, la chusma corrió a sacar de su casa a Mackenzie y, tras agredirlo, lo asesinaron a puñaladas. Sus desesperados ruegos no fueron oídos mientras era salvajemente linchado. Acto seguido se atravesó su corazón ya detenido con la estaca de madera, para cumplir con la tradición europea de origen medieval de asegurar la muerte de un vampiro, tan fomentada después por la literatura y luego por la cinematografía.
Conducidos por un sacerdote, el cadáver del infeliz fue llevado rápidamente en procesión hasta el cementerio y depositado en aquel mausoleo. Antes de cerrarlo tan seguro como les fue posible, se extendieron muchas plegarias por el perdón de su alma, arrojando agua bendita a su tumba y rogando al cielo que fuera liberado de la maldición vampírica, para que no retornara al mundo de los vivos. Agrega la leyenda que otra "precaución" de los supersticiosos exaltados fue flanquear todo el contorno de su sepultura una gran cadena de hierro fabricada por la casa de fundiciones de la ciudad, tratando de frustrar así cualquier intento de que fuese abierta la cripta o retirado de allí el cajón con los restos. Este pesado accesorio permaneció por mucho tiempo en el lugar.
Con toques más audaces de creatividad, otras versiones de la leyenda agregan que Mackenzie siguió vivo y causando ruidos extraños desde adentro de ese extraño mausoleo, o saliendo del cementerio sólo en horas de la noche y cuando no podía ser observado. Sin embargo, en algún momento su alma por fin pudo hallar paz y descansar, apartándose para siempre del Más Acá. Como al interior del mausoleo está visible sólo un foso que parece ser de única sepultura, muchos pueden haber creído que en este espacio reposaba el supuesto vampiro, al menos en horas con la luz del día.
El folclore calderino sobre el supuesto vampiro se volvió una atracción con los años y ha motivado visitas guiadas, representaciones artísticas y referencias turísticas interesantes para el cementerio, aunque no a todos agrada este "servicio" de la leyenda. Lo cierto es que el bello mausoleo ha acumulado mucha antigüedad y destrucción en todo este mismo tiempo, al punto de que puertas originales y de los cristales de su diseño se encuentran desaparecidos. Algunos crédulos, además, fueron abriendo agujeros en el mismo con la intención de ver si el vampiro había salido o no de su tumba. Algunos de estos forados tenían tamaño suficiente para meter la cabeza entera al interior.
También hay algunos vecinos considerando real la historia del asesinato, o al menos alguna parte de la misma, de modo que no ven razones orgullo en la leyenda ni simpatizan con su explotación como recurso cultural, patrimonial o turístico. Cabe añadir, también, que existe otra tumba de don Archibald Mackenzie en el mismo sector viejo del cementerio, fallecido en 1939 a los 73 años, entre muchos otros británicos, por lo que la leyenda de la Tumba del Vampiro puede estar enredándose con datos reales de sepultados en el mismo camposanto.
Algunos de los calderinos que resisten la leyenda aseguran que el nombre del sepultado sería en realidad Gabriel ("mi amigo Gabriel", le dice cariñosamente), y que habría vivido entre 1857 y 1879, siendo de la primera generación de sepultados allí. También hay quienes creen que toda su mala fama de supuesto vampiro provendría de un hecho triste: el finado padecía de la terrible epidermólisis ampollar, la enfermedad de la piel de cristal que le habría impedido exponerse a la luz del sol directa y, además, le dio un aspecto pálido y deteriorado que los vecinos de hace más de un siglo interpretaron como rasgos de vampiro. La misma enfermedad catastrófica lo llevaría a esta tumba, muy joven, con sólo 21 o 22 años según se cree. De hecho, alguien dejó la siguiente inscripción en la Tumba del Vampiro, con la que se esperaba desalentar a los fantasiosos:
No soy un Vampiro. Sólo tenía una enfermedad llamada "piel de cristal". El sol hacía que mi piel sangraba (sic). En esos tiempos no se conocía esta enfermedad. Soy un "ángel", además, que comparto con todos los demás angelitos de acá.
Mi buen amigo, Gabriel.
Entre leyenda y leyenda, entonces, unas insistiendo en la fábula del vampiro y otras buscándole explicación a tales imputaciones, el mausoleo gótico continuó deteriorándose enormemente y aún se ve con clara falta de mantención, a pesar de ser uno de los atractivos de este cementerio con tanto valor histórico, patrimonial y arquitectónico, mismo que recibió la categoría de Monumento Histórico Nacional en 1996.
Bibliografía:
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Aguirre Tiska, Luis: "Atacama mía (Cuentos con olor a pasado)". Editorial Escritores.cl, Calera de Tango, Chile - 2015.
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Escares Villa, Luis: "La Cuarta Dimensión: El 'Vampiro' ajusticiado que ronda por Caldera" (artículo). Sitio web del diario "La Cuarta", 7 de septiembre de 2019 . Santiago, Chile - 2019.
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Margotta, Ana María: "Leyendas del desierto de Atacama" (artículo). Sitio web El Rincón de la Nonita, Chile - 2017.
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