LA MINA PERDIDA DE HUASICIMA

 

En la pampa de Tarapacá han rondado varias historias sobre ricos yacimientos de oro o plata que algunos aventureros se empeñaron en tratar de encontrar, como la fabulosa Mina del Sol del Tamarugal o las creencias en enterramientos de riquezas incas el Cerro Unitas u otros puntos conectados al mítico Camino del Inca. El redescubrimiento de los ricos yacimientos de plata de Huantajaya, al oriente de Alto Hospicio, alimentó más aún la posibilidad de que las leyendas fuesen reales, alentando a los buscadores y fomentando su abundante mitología.

Sin embargo, un caso destaca en el legendario minero de la provincia: Huasicima, que ha sido nombrada en las tradiciones también como Uasicima, Huasicina, Huarasicima, Huacsicima, Huacsacina y Huacsaciña. Al parecer, varios de estos nombres surgen de corrupciones fonéticas o fusiones con el de topónimos como la Quebrada de Huacsacina (sede de un antiguo centro minero de plata de Jarajagua, entre las quebradas de Sotoca y Tarapacá, y también con las localidades de Huara y Huarasiña. Su popularidad en el folclore comienza durante los años de la industria salitrera, especialmente después de la incorporación del territorio a Chile, tras la Guerra del Pacífico.

Correspondería Huasicima a una perdida mina de plata, supuestamente ubicada en algún sitio entre la Pampa Perdiz y la Oficina de Agua Santa, aunque nadie ha podido precisarlo jamás. Las mismas leyendas suponen que perteneció a los soberanos incas, siendo la más importante de todas las que tuvieron en el reino para conseguir el material de sus alhajas y joyas, por lo que alguna clase de conjuro la protege de los extraños e invasores desde la extinción de la dinastía incásica. Otra fantasía asegura que sólo se aparece a los extraviados y los viajeros, pero desaparece durante la noche para cambiarse mágicamente hasta otro sitio o hacerse invisible con toda su maravillosa riqueza.

El nacimiento de la leyenda de Huasicima podría estar relacionado con relatos como la "Relación del Descubrimiento y Conquista de los Reinos del Perú" del cronista Pedro Pizarro, escrito hacia 1570, en donde hace una detallada descripción de las increíbles riquezas de la zona refiriéndose al mineral argentífero de Huantajaya y a la explotación del mismo por el encomendero Lucas Martínez Vegazo. Esto pudo dar un modelo para la imaginación en cuanto a la fortuna que tendría la mina perdida. Sin embargo, sería tiempo después que un cronista peruano oriundo de Pica, el deán Francisco Javier Echeverría y Morales, aportó en su obra de 1804 titulada "Memorias de la Santa Iglesia de Arequipa" más información sobre el origen de la leyenda minera, cuando se refiere al redescubrimiento de Huantajaya en el siglo XVIII y al hallazgo de antiguos documentos españoles en un sector denominado El Hundimiento. Dice el autor que allí los exploradores "encontraron dos papeles ya cuasi deshechos", uno referido a un pedido de pimienta y otro diciendo al receptor "que si le iba mal en aquel mineral, se viniese al de Huasicima que estaba bueno". Desgraciadamente, la nota no tenía fecha.

La referencia de los viejos documentos a la desconocida Huasicima nunca pudo ser olvidada y siguió presente en el imaginario de mineros, cateadores y exploradores, convencidos de que se encontraba en alguna parte, con yacimientos de plata tanto o más grandes que los de la riquísima Huantajaya. Aparecerá, así, otra de las menciones más antiguas por parte del explorador e investigador Alejandro Cañas Pinochet, en su "Descripción General del departamento de Pisagua" de 1884, cuando se refiere a los buscadores de minas de la zona quienes imaginan "que la corrida del histórico asiento minero de Huantajaya viene en dirección de Pisagua y que la tan buscada pero jamás hallada mina de Huasicima" era de esa misma veta. Agrega que las tradiciones la indicaban ubicada "entre los cerros de Huantajaya y Pisagua", pero aclara que "en Pisagua no se ha conocido ningún depósito que argentífero que dé la razón a los cálculos y elucubraciones de los casi siempre soñadores mineros". Esto es por el cruce del paralelo 20°S con el meridiano 70°O, aproximadamente.

De acuerdo a la leyenda, sin embargo, el extraordinario yacimiento pudo haber sido encontrado recién en el siglo XIX, hacia 1870 según el historiador británico Stephen Clissold, por un viejo y anónimo minero del poblado de San Lorenzo de Tarapacá o de Huara. La halló en algún lugar misterioso entre Huara y la hoy ruinosa Oficina Salitrera Valparaíso, de acuerdo a lo que agrega Mario Portilla Córdova en "Del Cerro Dragón a La Tirana", llegando a ella tras perderse por el desierto y regresando con sus alforjas colmadas de fina plata. De esta manera, Huasicima lo hizo un hombre rico, despertando codicias y envidias cada vez que volvía a casa. Empero, al fallecer en 1880 según se cree, se llevó a la tumba el secreto de tan enorme riqueza, dejando frustrados a los que esperaban llegar hasta allá a hacer sus propias fortunas.

Después de la Guerra del 79, se han tenido muchas noticias nuevas de la legendaria mina, incluso por respetables y connotadas personalidades de la región. Cantidades de cateadores organizaron cuadrillas recorriendo pampa y serranías, elaborando derroteros o explorando un amplio sector entre Huantajaya, Huara y Pisagua, pero todos fallaron de un modo u otro, aunque sólo algunos revelaron sus testimonios; otros, prefirieron callarlos para siempre, avergonzados o con la esperanza de volver. Además, varios viajeros que llegaron de regreso a Iquique, Tarapacá o Pozo Almonte con "papas" de plata y piedras tomadas de los rodados del rico material, encendían cada cierto tiempo las ambiciones y provocaron que se montaran improvisadas expediciones para tratar de ubicar la mina, sin lograrlo.

En 1895, cuando se construían nuevas instalaciones en la planta salitrera de la Oficina Agua Santa, al norte de Huara, de la firma inglesa Cambell, Outram & Cía., dos de los obreros que trabajaban en la obra perdieron el último tren a Iquique, tomando la decisión de adelantar camino por los senderos ancestrales de la pampa que conocían bien. Así se arriesgaron a ir por atajos durante la noche y sin grandes temores, como algunos pampinos lo hacen incluso en nuestros días. Sin embargo, les cayó encima la espesa neblina de la camanchaca nocturna, por lo que pararon en un lugar de su camino improvisando un campamento. Cuando ambos despertaron en la mañana siguiente, descubrieron que estaban casi enfrente de la boca de una mina abandonada de aspecto muy antiguo, en un terreno lleno de desmontes y socavones. El lugar estaba plagado de piedras plateadas brillantes que intuyeron valiosas, echándoselas entre sus ropas y bolsos de cuero antes de marcharse.

Excitados con su hallazgo, ambos hombres hicieron analizar las piedras que llevaron a Iquique y los expertos, maravillados hasta el asombro, confirmaron que era fina plata mineral. La noticia llegó a los jefes de la Oficina Agua Santa y estos ofrecieron armar y financiar una expedición para volver a la mina de inmediato. Así partieron ilusionados a lomo de mula, con los dos trabajadores y un equipo de asistentes. Pero la exploración resultó un fracaso: por más que trataron de repetir la ruta precisa de aquella noche, fue imposible dar otra vez con la bocamina y los desmontes. Debieron conformarse sólo con sus testimonios y con esos valiosos trozos de plata que ahora parecían salidos desde la nada.

Tiempo después, el investigador Augusto Rojas Núñez diría en sus "Crónicas pampinas" que, en una ocasión, había logrado que un carretero boliviano llamado William Andrés, trabajador de la Oficina San Pablo ubicada al suroeste de Pozo Almonte y quien se hacía pasar por brasileño, le mostrara una carta que le había sido remitida por un ciudadano alemán residente en Chile, don Otto Kohrt. El trabajador altiplánico no sabía leer, por lo que no comprendía su contenido y difícilmente podría ser el autor de la misma, en caso de ser falsa. La carta de Kohrt sorprendió a Rojas, cuando comenzó a leerla:

Alto Caleta Buena, 8 de abril de 1897

Señor William Andrés.
Oficina San Pablo.

Muy señor mío:

Por la presente me permito comunicarle a usted, que el corralero Julio Ponce, entretanto se ha ido con su familia al sur de Chile, me mostró el plano y me dio el derrotero de la mina H... en el norte de M... es decir el sitio, y lo encontré al fin, ya hace 17 meses. Entonces avisé a Ponce y buscamos a usted para darle conocimiento de esto, encontrando a usted al fin, en Iquique, muy enfermo.

Ponce habló con usted sobre este asunto y prometió usted a él venir por acá tan pronto se hallara restablecido de su salud, pero ha pasado mucho tiempo sin que usted dé noticia alguna y, por consiguiente, me permito preguntarle qué piensa hacer.

Tengo entendido que por otra parte también están en busca de la referida mina y, para evitar que otros la encuentren, he hecho desaparecer las señas principales (la mula y los m…). Pero puede suceder que uno u otro día me mande mudar de acá y resultaría entonces que dicha mina sería perdida para siempre.

No siéndole posible venir personalmente por acá, le propongo darme las demás señas (crucero) y comuníqueme sus condiciones para poder seguir este asunto.

Soy de nacionalidad alemana y ocupo el empleo de "pasatiempo" (Nota: hoja de control de faenas) en esta.

Saludo a Usted y espero su pronta contestación.

De usted atto. U.S.S.

(Firmado) Otto Kohrt

Asombrado y entusiasmado, Rojas se unió a otros amigos iquiqueños ante la posibilidad de ir tras la mina asociados con Andrés, quien le confesó en la ocasión que ya conocía parte de este secreto: siendo niño, había acompañado a un anciano que sacaba plata de una mina oculta en la pampa y que esta era vendida después en la Joyería Jacobs de Iquique, también conocida como la Joyería Inglesa en su época. Acordaron así que el boliviano revelara su información sobre la mina a cambio de "la mitad de todo" lo que reunieran, mientras que el financiamiento iría por parte de Rojas y sus socios. Andrés aceptó, y quedaron de reunirse todos un día sábado en la salitrera para partir, pero el carretero nunca llegó: posiblemente, se tentó con la idea de intentar esta empresa solo, sin necesidad de compartir el tesoro, desapareciendo para siempre, Nunca más se volvió a saber de él en toda Tarapacá, de hecho.

El "Almanaque Regional" de Iquique de 1950 y el señalado libro de Portilla Córdova traen del olvido otro caso, sucedido en 1898 según Clissold. Por entonces, los estafetas de las salitreras o empleados "propios", como se les llamaba, solían cubrir grandes distancias entre las oficinas de la pampa y los poblados, por lo que algunos iban bien ataviados en caso de extraviarse o ser alcanzados por las noches frías, riesgo frecuente en tales paisajes. Así las cosas, un mensajero de la Oficina Tránsito cercana al Cantón Negreiros y a la Oficina Agua Santa, mientras marchaba hacia Iquique, debió detener su andar y abrigarse con una manta mientras esperaba que pasara la noche fría, parapetado en una ladera. Con la luz del amanecer se reincorporó para partir en su caminata, pero encontrando cerca de su lugar una especie de campo con piedras plateadas que le resultaron atractivas. La propia pila de piedras con las que se había hecho una incómoda cabecera para dormir, era de este brillante material. Decidió llevarse algunas de aquellas rocas en su bolso, sólo como recuerdos, marchando hasta Iquique y luego regresando con ellas a la oficina salitrera.

De vuelta en la Oficina Tránsito, los analistas del laboratorio se interesaron y revisaron los souvenirs que traía el muchacho, quedando boquiabiertos cuando verificaron que se trataba de plata. Sin perder tiempo, organizaron velozmente grupos de buscadores para ir guiados por el estafeta hasta el lugar de su hallazgo. Las cuadrillas recorrieron afanosamente el camino y los puntos que les señaló, por varios días y noches según se cuenta, pero de nuevo el esfuerzo resultó en nada: ni un rastro siquiera de de Huasicima, como si se tratara de uno de los espejismos de agua engañando a los extraviados del desierto.

Clissold revive otro incidente parecido, ya de 1902. Ocurría que don Miguel Hernández, un vecino del puerto de Pisagua, se encontraba viajando por tierra desde la Oficina Ramírez pocos kilómetros al sur de Huara, camino hacia Caleta Buena ubicada entre Iquique y Pisagua, a la sazón uno de los más importantes surtidores portuarios de la industria salitrera. Sin embargo, en algún momento de su trayecto por estas tierras inhóspitas, probablemente en los alrededores de Cerro Constancia y a plena luz del día, se encontró con la entrada a una vetusta mina abandonada y llena de piedras de plata. Luego de inspeccionarla rápidamente, no le quedó duda de que se trataba de la auténtica y tan buscada Huasicima.

Eufórico por su hallazgo, Hernández inicialmente se negó a abandonar el lugar. Empero, al aceptar que sería una insensatez quedarse allí sin provisiones, hizo todo lo que pudo para dejar una serie de marcas de ubicación de la mina por los terrenos y recogió tantas muestras de plata como pudo. De acuerdo a lo que también informa Clissold: "Trazó patrones en la ladera, amontonado piedras juntas, y para asegurarse absolutamente, colocó un palo grueso en el suelo y le puso un viejo tarro en la parte superior de la misma". Sólo después de esto regresó alegre hasta la civilización para empezar los trámites de su prospecto de concesión minera, e iniciar la demarcación exigida en los procedimientos de tierras. Las piedras que había traído con él fueron confirmadas como plata de altísima calidad, además.

Sin embargo, cuando Hernández retornó a la zona con las estacas y sus ayudantes buscando la mina, no pudo encontrarla; tampoco a sus señalizaciones hechas con piedras. Desesperado, fracasó en todos los intentos siguientes y jamás volvería a tocar el escurridizo sitio. Murió sin volver a ver las marcas en las laderas, ni el lote de piedras con el palo clavado en ellas, ni el tambor de lata que puso encima, símbolos profanos de una riqueza que no fue suya.

A pesar del frustrante episodio y de las dudas sobre la autenticidad del relato de Hernández, Clissold cuenta que, años más tarde, apareció una fotografía tomada en el aparente lugar del descubrimiento por un viajero francés quien no sabía que era lo que tenía ante su cámara. La imagen fue identificada por los conocedores como el famoso hito perdido de la señalización dejada por Hernández, dando nuevos bríos e interés a los buscadores. Estaban allí en la fotografía "la pila de piedras y la lata de Hernández", conjunto que pudo ser reconocido varios años después "y por casualidad como ninguna otra cosa que la fabulosa Huasicima".

Posteriormente, en 1903, o hacia 1905 según el mismo Clissold, un indígena chango habitante de Caleta Buena aseguró tener pruebas de la ubicación de la malvada mina. El modesto pescador había llegado un día con su humilde bote cargado de plata, repitiendo esta escena en varias ocasiones ante la curiosidad de todos, sin que pudiera saberse desde dónde obtuvo dicha revelación. Y, acogiendo una de las propuestas que se le hicieron entonces, formó una sociedad de explotación en la que participaron familiares y un misterioso gringo de apellido Slogg o Sloggan, posiblemente relacionado con la actividad salitrera. Entre todos prepararon una salida al desierto de la que se sabe muy poco, pues mantuvieron en secreto gran parte de su actividad. De acuerdo a autores como Portilla Córdova, la empresa se ejecutó y, al parecer, resultó: regresaron desde el misterioso sitio celebrando una carga de varios kilos de valiosa plata.

Sin embargo, estaba escrito que aquella iba a ser una expedición maldita... Primero, el chango enfermó gravemente siendo hospitalizado en Iquique, sospechándose de inhalaciones de gases tóxicos y de envenenamiento hasta supuestos maleficios en su padecimiento, falleciendo inconciente y hospitalizado en Iquique, sin revelar su secreto. Y luego, en un aparente acto de traición a la sociedad, Sloggan desapareció con los dos cuñados del fallecido, sin que se volviesen a ver. La creencia popular supuso que el gringo había envenenado al chango para apropiarse de toda la mina, quizá con los cuñados como cómplices, o bien que estos le dieron muerte a él (y probablemente al propio pescador), deshaciéndose del cuerpo para luego huir con la plata que lograron reunir. De este modo, lo que parecía iba a ser la primera expedición exitosa a la legendaria Huasicima, terminó siendo un siniestro y trágico episodio de las crónicas mineras locales.

Uno de los personajes de mayor seriedad involucrados en la delirante búsqueda de la mina perdida fue también don Ricardo Solari. Empleado del Banco de Chile en Iquique y miembro de una reputada familia de la ciudad, según se cuenta, dirigió y financió una de las últimas expediciones conocidas que fueron capaces de ubicar el yacimiento, aunque dice Clissold que no habría sido sino hasta el mismo año de la muerte del pescador pisagüino que Solari reconoció haber visto la mina de Hernández y vivir su propia desventura con ella.

Detallando el caso, de alguna manera Solari había dado con información para dar con Huasicima y así se asoció discretamente con un minero apodado Ño Canales, quien pudo haber sido también el portador de la revelación que lo conduciría al escurridizo yacimiento argentífero. Tras andar por parajes no bien localizados, dieron por fin con lo que parecía ser la boca de una mina, a pocos kilómetros de su posición. Solari aseguró haber observado los famosos hitos perdidos que había instalado Hernández, además. Empero, esto había sucedido justo cuando ya caía la inmensidad de la noche en la pampa, acompañada de las ineludibles camanchacas. En lugar de detenerse para continuar el rumbo en la mañana siguiente, que era lo más inteligente, los alborozados hombres siguieron el mal consejo de sus impaciencias y decidieron continuar avanzando con las mulas hacia donde habían alcanzado a ver la bocamina, a pesar de la oscuridad nocturna. Los resultados de esta imprudencia fueron funestos: perdieron el rumbo por no poder tener referentes de orientación a la vista, se desviaron y acabaron "empampados".

Cuando por fin salió el sol en la mañana, ambos hombres se encontraron totalmente perdidos y sin posibilidad de recuperar la ruta hacia la mina. Dos desesperantes días más estuvieron dando vueltas en esta situación y tratando de reconocer los caminos para ubicar otra vez la entrada que habían observado. Agotados, ya sin víveres ni agua, debieron regresar a Iquique y morder el amargo pan de la derrota.

Desde entonces, la mítica Huasicima fue haciéndose cada vez más esquiva y oculta, decepcionando a los expedicionarios y desencantando a los mismos cateadores de desiertos que antes se habían obcecado con ella. Los reportes de su avistamiento bajaron al transcurrir los años, y con ello los aventureros afiebrados por hallarla. Además, los inicios de las crisis de los mercados de la industria salitrera pasado el Centenario llevaron a cerrar varias oficinas, alejando a muchos aventureros de la actividad del cateo de desiertos y desplazaron a buena parte de los habitantes de la Pampa más al sur, haciendo menos posible volver a tener novedades sobre la mina. También se ha especulado que fue cubierta para siempre por el movimiento de los arenales del desierto, dejando sepultadas sus riquezas y sus insondables misterios. No pocos creyeron alguna vez que sí fue encontrada y explotada por algún buscador, quien tomó la precaución de esconderla de los demás ojos humanos, perdiéndose otra vez con su muerte.

Algunos ancianos entre las familias de Iquique todavía recuerdan relatos sobre visitas de tiempos infantiles a Huasicima o incluso conservarían unas pocas piedras de su plata como herencia generacional, según el folclore oral traídas por viajeros que aseguraban haber pasado por la fantasmal mina, sin poder volver a ella.

Bibliografía:

  • Arondeau Jean: "La perdida mina de Huasicima en la pampa de Tarapacá" (artículo), "Revista de Educación" N° 48, junio-julio de 1948. Ministerio de Educación Pública, Santiago, Chile - 1948.

  • Cañas Pinochet, Alejandro: "Descripción general del Departamento de Pisagua" Imprenta XXI, Iquique, Chile - 1884.

  • Clissold, Stephen: "Chilean scrap-book". Cresset Press, London, UK - 1952.

  • Portilla Córdova, Mario: "Leyendas y tradiciones de Tarapacá. Del Cerro Dragón a La Tirana". Ateneoaudiovisuales, Iquique, Chile – 2011.

  • Rojas Núñez, Augusto: "Crónicas pampinas". Imprenta El Cóndor, Iquique, Chile - 1936.

  • Villalobos, Sergio: "La economía de un desierto. Tarapacá durante la Colonia". Ediciones Nueva Universidad, Santiago, Chile - 1979.

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