EL TÉMPANO DE KANASAKA
La creación y acogida popular de la leyenda del Témpano de Kanasaka es una deuda contraída por la cultura chilena con el Premio Nacional de Literatura de 1964, el gran Francisco Coloane, plasmada en el pavoroso cuento "El témpano de Kanasaka", que forma parte de su famosísima obra "Cabo de Hornos" de 1941. Y aunque ciertos criterios consideran tal origen en los mitos como formas de folclore artificialmente inducido o fakelore (término propuesto por el investigador estadounidense Richard Dorson) diríamos que este es, más bien, uno de los pocos casos en los que se puede precisar el origen de una leyenda o su fuente germinal.
Localizado en los alrededores de la austral isla Hoste y el archipiélago de la Tierra del Fuego, la historia de marras se refiere al misterioso y terrorífico cadáver de un indio fueguino congelado que navega flotando a la deriva ante los asombrados hombres del mar, en las cercanías de la bahía y el cordón montañoso de Kanasaka. Si bien esta última es una cordillera de relativa baja altura, se empina como un murallón imponente que, por siglos, ha asombrado y atemorizado a los viajeros del Canal de Beagle y los fiordos, quizá desde sus primeras exploraciones.
Coloane sitúa su relato en la proximidad de la Isla del Diablo, la pequeña vecina de la Isla Gordon en la misma zona por donde todos los nombres, según el autor, "recuerdan algo trágico y duro: La Piedra del Finado Juan, Isla del Diablo, Bahía Desolada, El Muerto, etc.". Agrega que allí, precisamente, "rondaba la siniestra mole blanca del témpano que llevaba a bordo un fantasma que aterrorizaba a los navegantes de la ruta". En el relato, los testigos de su nueva aparición serán los tripulantes del navío cúter Orión, capitaneado por un español nada adicto a los cuentos de aparecidos o sirenas, hasta aquel espeluznante encuentro nocturno:
Tenía la forma cuadrada de un pedestal de estatua y en la cumbre, ¡oh visión terrible!, un cadáver, un fantasma, un hombre vivo, no podría precisarlo, pues era algo inconcebible, levantaba un brazo señalando la lejanía tragada por la noche.
Cuando estuvo más cercano, una figura humana se destacó claramente, de pie, hundida hasta las rodillas en el hielo y vestida con harapos flameantes. Su mano derecha levantada y tiesa, parecía decir: "¡Fuera de aquí!" e indicar el camino de las lejanías.
Al vislumbrarle la cara, esa actitud desaparecía para dar lugar a otra impresión más extraña aún: la dentadura horriblemente descarnada, detenida en la más grande carcajada, en una risa estática, siniestra, a la que el ulular del viento, a veces, daba vida, con un aullido estremecido de dolor y de muerte, como arrancado a la cuerda de un gigantesco violón.
El témpano, con su extraño navegante, pasó, y cerca de la popa hizo un giro impulsado por el viento y mostró por última vez la visión aterradora de su macabro tripulante, que se perdió en las sombras con su risotada sarcástica, ululante y gutural.
El infeliz muerto del Témpano de Kanasaka sería un cazador de la etnia yagán o yámana quien, por circunstancias desconocidas, quedó atrapado en aquel iceberg que ahora aterraba a los supersticiosos marineros, en su andar eterno. Coloane, sin embargo, imagina también una explicación para aquella monstruosidad, aportada por el personaje de un indio viejo que se incorpora al final del relato: aquel era el cuerpo de Félix, un joven de la misma etnia canoera quien, durante el otoño anterior y persiguiendo a un animal de piel fina para darle caza, cometió la imprudencia de atravesar el ventisquero Italia desapareciendo entre hielos y glaciares, hasta que fue liberado de su helada prisión en el verano siguiente. Esta parte de la historia tiene algo real, además, pues Coloane confesó alguna vez que se inspiró en la historia de un cazador yámana que se extravió persiguiendo una presa entre los ventisqueros adyacentes al Beagle, según le contaron en un campamento de indígenas fueguinos.
La visión del Témpano de Kanasaka creada por el autor perdurará siempre en el recuerdo de los marineros testigos, traumados con la visión de semejante morbosidad a la deriva, "como un símbolo la figura hierática y siniestra del cadáver del yagán de Kanasaka, persiguiendo en el mar a los profanadores de esas soledades".
Bibliografía:
-
Coloane, Francisco: "Cabo de Hornos". Editorial Alfaguara, Santiago, Chile - 1941.
-
Vidal, Virginia: "Testimonios de Francisco Coloane". Editorial Universitaria, Santiago, Chile - 1991.
Comentarios
Publicar un comentario