EL TRAUCO
El Trauco o Thrauco es uno de los más famosos personajes fantásticos de la mitología chilote, cuyo nombre podría provenir de trau-trau (arbusto mirtáceo) o de chau (chico, pequeño) en chona, o bien de trau (unir, juntar) en hulliche, según medita Narciso García Barría. Es llamado también Chauco, Pompón del Monte, Huelle, Cusme, Duende de Tronco e, impropiamente, el Ruende, que en realidad es otra criatura fabulosa muy parecida en parte de la misma isla y en el sector continental del Reloncaví.
El extraño enano indómito mantiene también una relación evidente con la mítica raza de los Trekaukos, que en la mitología mapuche correspondían a duendes que seducían a las mujeres y procreaban así niños deformes y enfermizos, en la zona de la Araucanía; y con el Sechi, que en la misma tradición indígena pero del sector patagónico más nortino. Debe tratarse, entonces, de una creencia nativa que fue siendo criollizada, hasta volverse uno de los principales mitos del archipiélago junto a la Pincoya y el navío fantasma Caleuche.
Se cuenta en la Isla Grande de Chiloé que el Trauco es un enano deforme, de no más de 84 centímetros según Oreste Plath, quien agrega que hace su vida junto "a un Trauca (huella), formando su pareja biológíca" con la que cría a sus hijos. Algunos identifican a esta compañera como la Fiura, otra criatura aterradora de los bosques chilotes. El Trauco siempre va vestido en forma muy rústica, con trozos de árboles, cañas y de planta quilineja que teje como abrigo. Su atuendo, curiosamente, es muy parecido a antiguos trajes artesanales de la Cataluña rural y otras zonas de España, confeccionados con juntos para enfrentar la luvia.
Invariablemente, el personaje es de apariencia repulsiva y de andar bruto. En algunas descripciones, además, sus pies son sólo muñones sin talones ni dedos, mientras que su rostro toma características casi de pequeño demonio o monstruo aterrador. Suele llevar con él objetos como un hacha de piedra y un bastón pahueldún, además de un sombrero cónico de ramas secas.
El enano posee una fuerza descomunal, digna de un gigante, lo que le permite derribar árboles con sólo tres golpes de su primitiva y más bien pequeña hacha. Incluso, llega a asumir la forma impostora de un hachero, trabajando como leñador en los montes; o bien imita desde lo lejos -como un eco- los golpes de las hachas de los labradores, burlándose e intentando intimidar. Es mudo, sin embargo: no tiene el don del habla, pero a veces puede hacer gritos guturales y espeluznantes, o bien hacerse presente con un ruido vibrante y ensordecedor, como sería una estampida de animales salvajes.
Corrientemente, el Trauco vive y vaga entre los bosques espesos, copas de árboles, matorrales de murtales y dentro de troncos huecos. Sale de vez en cuando para acosar a las mujeres que anden solas por los caminos, montañas y senderos de la isla, así como para asustar a los hombres que marchan solos por las noches en aquellos paisajes rurales, dejándolos deformes, con el cuello torcido y condenados a morir antes de un año. Esto, sólo porque odia visceralmente a los varones.
Lo más distintivo del enamoradizo ser es su extraño poder de seducción, con el que aturde a las muchachas y las posee sexualmente, incluso pudiendo hacer que ellas mismas salgan a buscarlo hipnotizadas entre los matorrales y arboledas, para entregarse tendidas en el suelo y totalmente sumisas. Como sucede con muchos otros mitos de Chiloé, los elementos indígenas y criollos ligados al personaje se combinan con rasgos de la mitología del mundo clásico, de la Europa antigua. Por estas razones, Carlos Keller comentó de las semejanzas entre el Trauco y los faunos de la vieja Roma.
La obsesión con las mujeres es tal que no hay cómo detenerlo, arrojándose al mar si la víctima intenta escapar y sucumbiendo en el esfuerzo. Luego de perder la consciencia al ver sus ojos brillantes, la atacada despierta tendida y adornada por hojas o flores, descubriendo que está desnuda, con sus ropas esparcidas por el suelo y sus cabellos revueltos, volviendo penosamente a su hogar y entendiendo que ha sido tocada por el pequeño monstruo afiebrado de satirismo.
Se sabe en Chiloé que una mujer que haya comenzado a tener sueños eróticos, especialmente si es una virgen, está cayendo bajo la seducción a distancia del Trauco, razón por la que se ha explicado con sus maldades y nada queridas travesuras a los muchos embarazos accidentales entre las jóvenes solteras, como excusa o expiación. La oscura criatura se anuncia a las doncellas apareciendo en esos sueños como un joven hermoso y atractivo, además, por lo que muchas caen engañadas con la falsa expectativa. Se instruye a las damas de confesar a otros estos sueños, pues la guardarlos para sí -por vergüenza o recato- quedarán en una situación más vulnerable aún a un posible ataque.
Aunque tiene rasgos divertidos y pintorescos, la criatura es muy peligrosa: si alguien lo interrumpe o intenta atraparlo, puede provocarle la muerte de inmediato o a corto plazo. Con su aliento causa parálisis en el rostro o deja la boca torcida a sus contrincantes; también puede provocar con el soplido males tan graves como dejar mudo, con tortícolis, dislocación de huesos, causar jorobas, decaimiento o "atontar". Así, si aparecen materias fecales en los contornos exteriores de las casas o en troncos huecos, se debe a que ha estado frecuentando tales lugares: deben ser evitadas, recogidas para ser quemadas pero sin tocarlas, pisarlas ni mirarlas demasiado, o el afectado quedará condenado a la muerte. El carbón o la leña que chisporrotea demasiado al fuego del horno o del brasero, también revela que ha sido pisado o tocado por el Trauco.
Ciertas versiones mencionadas por Plath y Bernardo Quintana, describen también al engendro como un brujo enano y contrahecho que es capaz de provocar enfermedades o parálisis con su mirada, tanto a niños como a algunos adultos. Se alimenta en parte con la vida de los infantes, bastándole sólo un roce con ellos para extraerles su energía vital. Todo contacto físico, con su mirada o con su aliento debe ser evitada, por supuesto.
Si alguien observa en la distancia al Trauco sin que el enano malvado lo advierta, se puede sobrevivir ileso y evitar las enfermedades o maleficios. Empero, cuando ataca sorpresivamente en el camino, también se le puede arrojar un puñado de arena para darse el tiempo de huir: el sátiro debe recoger y contar todos los granos antes de salir tras su presa otra vez. Si hay enfrentamiento, en cambio, el atacado debe intentar arrebatarle su pahueldún: al arrastrar, patear o golpear este bastón, el Trauco sentirá los azotes como si fuesen sobre su propio cuerpo. Quien haya sido mirado por él, además, debe ser pasado por humo, para conjurar el peligro. Y si se lo llegara a atrapar, algo extremadamente difícil y que sólo podría lograr un brujo de alto rango, debe ser colgado sobre un fogón en donde "muere" y se convierte en un palo grueso, desde el que estará destilando un aceite muy útil para curar los males provocados a sus víctimas, al serle frotado en el cuerpo.
Cuando hay sospechas de el Trauco que ha estado merodeando los hogares, se deben arrojar cenizas o sargazos en las cuatro esquinas de la casa, o hacharlas. También sirven como amuletos contra él las cruces hechas con dos cuchillos, o hacer sonar como flauta un trozo de huiro o cochayuyo. Orinar al centro de un fogón también lo aleja, tal vez por el olor, del mismo modo que sucede con el ajo frotado en las manos. Y si se siente ya que ronda muy cerca, debe ser insultado con improperios para que se vaya, aunque después intentará vengarse golpeando al afectado o dejando más excrementos fuera de su casa.
El lado más siniestro del Trauco no pertenece al mundo mitológico, sin embargo, sino a la cruda realidad: algunos investigadores patrimoniales chilotes, como Koki Nencuante de Quicaví, suponen que pudo haber estado relacionado en algún momento con el ocultamiento de abusos sexuales al interior de familias, de las que resultaban embarazos incestivos. Un estudio realizado entre mediados de los noventa y principios del actual siglo por el psicoanalista chileno Jacobo Numhauser Tognola, titulado "Cultura e integración: vigencia del mito del Trauco a propósito de una casuística clínica por incestos en Chiloé", confirmaría muchas de estas terribles sospechas.
Bibliografía:
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